domingo, 6 de mayo de 2012

Romanticismo o romanticismo....

(28-07-85 Camping de Pineta, Ordesa )
Era cuando los gritos desgarraban la noche, llenando el vacío de la oscura fábula con voces entremezcladas. Una tibia humedad se apoderaba del espíritu dormido; el olor a temor y angustia se esparcía por el verdor y, entonces, al llegar a la umbría el eco del último alarido, los ojos se abrieron lentamente y fijaron su mirada en un único punto que destacaba con patética luminosidad.

Así pensaba ella en su brote de madurez, en su enfrentamiento con la lucha continua. Era el pequeño renacuajo que comenzaba una nueva etapa en su vida; caminaba hacia su meta: ser rana.
Entonces, si le preguntabas el porqué de su triste mirada, sólo respondía con una débil y forzada sonrisa, y en algunos casos lograba deslizar entre sus mustios labios un apagado "nolosé" que dejaba paso a la misma mirada perdida y al mismo gesto lánguido en la boca.

Apareció un invierno oculta en cualquier página de un libro que apenas la distraía de su rutina. Poco a poco, sus jóvenes ojos se dejaron guiar y al llegar al final buscaron de nuevo el principio, para releer esta vez con plena atención. Lentamente se grabó en su memoria:
"El amigo es un saco en el que guardamos nuestros pequeños secretos y vomitamos nuestra desesperanza. Pero quien permite tu desesperanza no es buen amigo; por ello, limpia antes tu angustia, sé tu amigo y, luego, ayuda libremente".

Ahora ella piensa en voces compenetradas, en una armonía estable que estalla a veces en un clímax de alegría, y otras se deja llevar por la melancolía. Acepta el sufrimiento como necesario para alcanzar el bienestar y sufre con una sonrisa en su corazón. Vive en un mundo de ilusiones reales que no quieren despertar de su sueño dorado, por temor al desengaño.
Son diecisiete años de alma y cuerpo unidos en un ser que cambia como el viento, las nubes o el camaleón; simplemente, como cambia una chica.
Por eso ella sabe que otro día volverá a sentirse envuelta en tinieblas, presa del griterío; o puede que se sienta aislada en un recodo romántico, sola con sus sentimientos. O quizá se encuentre satisfecha rodeada y sumergida en un mundo automático, o tal vez...
Ella, simplemente, vive.
                                                                                                                     Ros

VUESTROS RELATOS DE TERROR

LA LUZ DEL CIELO - por Olaia Jándula

                                                                       Clínica López-Ibor, Huelva, 13 de abril de 2012
Querida Julia,
No te acordarás de mí, pero me he enterado de que has pedido a tus alumnos de 4º un relato de miedo y, a pesar de no ser alumna tuya, me encantaría compartir una historia que me contaron no hace mucho...

Hace unos ocho años, en un pueblecito de Huelva vivía una pareja de ancianos. Francisco y Lucía, que así se llamaban, tenían dos hijas, Juana y Peña, y un hijo, Antonio. Juana vivia enfrente de ellos, con su marido, ya que sus hijos se habían independizado. Antonio vivía en un pueblo de Sevilla, no muy lejos del de sus padres, y Peña, la pequeña, hacía 36 años que se había ido a vivir al norte, al País Vasco.
Lucía se lamentaba día sí y día también de la decisión de su hija pequeña, ya que debido a la distancia, jamás pudo vivir los momentos que había vivido con sus otros dos hijos, y tampoco pudo disfrutar de sus nietos vascos; aunque Peña aprovechaba todas las vacaciones para poder ir con su familia a ver a sus padres y hermanos, no era lo mismo.
Un día de otoño, exactamente el 13 de noviembre, Lucía cayó enferma y tuvo que ser ingresada. Los médicos no le dieron importancia, pero en realidad era más grave de lo que pensaban. Juana llamó a su hermana para informarle de que su madre había sido ingresada, pero que estuviera tranquila, que ella estaba bien. Peña insistió en ir, pero sus hermanos, y hasta sus misma madre, le dijeron que no, que no era necesario un viaje tan largo teniendo una niña de cinco años y más con su estado de salud : hacía poco que a Peña le habían diagnosticado cáncer de mama. A pesar de todo, Peña no les hizo caso, hizo las maletas y esa misma noche emprendieron el viaje hacia Huelva, su marido, sus tres hijos y ella.

Llegaron a Huelva hacia las dos de la tarde del día siguiente, y para entonces Lucía ya estaba en las últimas. En la noche había empeorado su estado, y los médicos ya no podían hacer nada por ella, así que le inyectaron morfina, para el dolor, y dejaron que el destino hiciera el resto. Peña no se podía imaginar lo que le esperaba al llegar a la habitación: sus hermanos y padre llorando, su madre entubada, con los ojitos cerrados, esos ojitos que siempre habían brillado y transmitido tanto. Al ver a su madre así, Peña soltó la mano de su hija pequeña y fue directa a su madre; le cogió la cabeza y le dijo, llorando:
-!Mamá, mamá, soy yo, la Peña, tu Peña! !Por favor, mamá, despierta! !Mamá, te lo suplico! !Hemos venido de allí para estar contigo, mamá! Eres fuerte, lo sé, sé que saldrás de esta y que esto es sólo una pesadilla...
Y de repente, Lucía abrió los ojos tan fuerte como pudo. Abrió sus ojos en muestra de agradecimiento y a la vez de despedida, ya que ella sabía que ese iba a ser su último momento con su hija querida, con su pequeña; sabía que Peña la necesitaba más que nunca, pero ella no podía luchar contra su destino.Así que, después de tanto esfuerzo, cerró los ojos, y su alma descansó sabiendo que su hija habia estado con ella y había podido despedirse de ella.
Esa noche, con toda la pena y el dolor por la pérdida de la persona más importante en la vida de la familia, decidieron dormir todos juntos, en la casa familiar: unos en el suelo con mantas, otros en los sofás y los últimos en colchones.
Finalmente lograron conciliar el sueño entre lágrimas; de pronto, enfrente de ellos, en la vidriera del salón, se hizo una luz que alumbraba todo. Era una luz roja, y a la vez verde y azul... parecía la mismísima luz del cielo. Todos se despertaron, llorando y atemorizados, pensando y creyendo que era Lucía, que venía a despedirse. Antonio, el hijo, se puso de rodillas frente a la vidriera y empezó a rezar.
Juana y Peña se pusieron a llorar desconsoladas y se abrazaron a su padre. No podían creérselo, era algo inhumano, sobrenatural, jamás visto. De repente, el más valiente de la familia, el hijo mayor de Antonio, se acercó, despacio, a la mesa que había frente a la vidriera, y vio que, detrás de un marco, había un teléfono móvil. Como la mesa estaba delante de la vidriera, la luz se había reflejado en todos los cristales y aquello parecía obra del mismísimo cielo.
A pesar de tener una explicación para la luz, jamás supieron cómo el móvil se encendió solo, ya que estaba apagado y sin batería, ni cómo alumbró con esas luces...
Al cabo de unos días, Peña volvió a casa; pero, después de lo que se encontró en el espejo del baño, escrito con sangre, jamás volvió a ser la misma:
-Cariño, te espero aquí, sé que no tardarás en venir. Viviremos todo lo que no pudimos. Te quiere y te espera, mamá.


Es buena la historia, verdad? Peña me la contó el otro día, y la verdad es que me encantó, por eso quería compartirla contigo, Julia. Todavía me acuerdo de aquel día en que no quisiste jugar conmigo... pero, tranquila, ya te he perdonado, y me alegro de que estés bien...
Atentamente,
                                  una chica que quiso ser tu amiga....

!Ah, se me olvidaba! Aquí te mando el retrato que hizo Peña de su madre, el otro día, en el patio de la clínica. Lo ha hecho con todo su amor, para tus alumnos, pero en especial, porque yo se lo pedí, para ti.
La verdad es que me da mucha pena no haber podido tener una relación de amistad contigo. Tengo que confesarte que te odié durante años, pero gracias a los señores de la clínica he aprendido a perdonar.


P.D.  Como verás, Peña no ha querido ponerle los tubos ni las máquinas que rodeaban a su madre, porque prefiere que la recordéis así.